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12 de agosto de 2010

LA SOMBRA


La ansiedad lo devoraba, el olor que merodeaba la habitación era putrefacto. Sentado a un costado del colchón repleto de chinches y sobre volado por moscas frotaba sus manos, tronaba los huesos de sus dedos, sentía el frío del piso por los incontables agujeros de sus tenis. Luego de horas de permanecer en el mismo lugar se levantó, caminó en círculos por la oscuridad, como intentando encontrar la salida del infinito laberinto llamado vida, se asomó por el rectángulo cubierto con hule transparente que simulaba una ventana, inspeccionando si alguien se acercaba, se paraba con las puntas de los pies intentando abrir más su visión. Volvió a caminar en círculos, una luz entró por el rectángulo, provocando la inevitable producción de la sombra del pequeño cuerpecito. Diez años, sólo eso bastó para que éste diminuto (en tamaño) ser experimentara el asesinato de su padre, el cual lo tiene presente cada noche, su padre resguardando una bodega de muebles, custodiado únicamente con una macana y un gas lacrimógeno. Dos tipos se acercan y a quema ropa lo balean con un arma de alto calibre, “lo balacearon con un cuerno” recuerda lo dicho por sus vecinos. Y hace dos días vio morir a su madre a causa de una gripe, ésta no fue controlada debido a que en el servicio médico gratuito no pudieron atenderla porque no tenía acta de nacimiento, y el único ingreso de dinero en la casa eran las propinas que conseguía el pequeño ser en su trabajo de franelero en un súper mercado. Con eso no bastaba para la compra de medicinas. Pero el tiempo no se mide en segundos, horas, días, meses ni años; se mide en la cantidad de sentimientos y emociones que estamos dispuestos a soportar, si no estamos dispuestos, el destino se encargará.

Miró su sombra, pegada a sus pies, poco a poco la sombra se fue despegando de éstos, en segundos ya miraba desde el techo su cuerpo estático, decidió salir, pasando por encima del cuerpo de su madre que reposaba en el colchón. Atravesó el rectángulo y salió de la habitación, volaba por encima de los techos de lámina amontonados, por la terracería. Fue testigo de la violación de una niña, la intentó recoger de entre la maleza, sus piernas ensangrentadas, su cara golpeada, ella sonriendo inconsciente. Continuo el viaje, llegó hasta un río cual cauce desembocaba en la furia del temible y despiadado mar. Se sentó sobre una piedra con la que la corriente del río se impactaba con toda su fuerza, dejó que esa corriente lo llevara, sintió el agua por cada parte de su ser, alejando de sus entrañas el olor a putrefacción del cuerpo de su madre. Su cuerpo iba en contra corriente, recostado, dejándose guiar, llegó un momento en que ya no sintió agua, sólo una caída libre producto de una enorme cascada, cayó hasta que todo era oscuridad.

Abrió los ojos, giró la cabeza, la luz proveniente del rectángulo se había ido, la sombra había desaparecido. Caminó hacia el colchón, se recostó junto al cuerpo de su madre, estiro su brazo hasta abrazarlo y cerró sus ojos.
Con molestia abre los ojos, una luz entraba por el rectángulo, una sonrisa se dibujó en su rostro.

Por Irving Uribe Nares

SOLAS




De pie en la orilla del puente peatonal, con ambas manos sujetando las rejas protectoras del mismo. Su mirada extraviada en el constante movimiento de los aviones. ¿Dónde irán, de dónde vendrán? Se preguntaba a sí misma, como si el saber las respuestas ayudara a definir su siguiente paso y a decidir el la situación del ser que se gesta en su vientre. Trataba de imaginar las posibles razones de viaje de las personas.

El joven parte hacia una tierra extraña, cuyo lenguaje desconoce pero intentará, en el fulminante frío de invierno, descubrir los códigos que hacen indescifrables los caminos a recorrer. La noche anterior no pudo dormir, pensando en lo que está a punto de olvidar y de hacer inolvidable, el olor de esa delgada mujer impregnado en su piel, el sonido de los gemidos mientras sujetaba con fuerza su cabello, la nostalgia de alejarse de la persona con la cual vivió la pasión absoluta del tórrido romance adolescente se acrecientan al acercarse la hora de partir. Se despide de sus padres, quienes con aparente seriedad aconsejan no se salga del camino y pierda el objetivo, abraza a sus hermanos, mismos que han apoyado la decisión no sólo con palabra sino con acciones, en su mayor parte económicas. Con vista en desenfoque de migración se toma fotos con sus amigos, los cuales llegaron corriendo pues venían de un concierto de uno de ellos.

Una hora ha pasado ya desde aquellas despedidas, sentado en el piso de la sala de espera, con ambos antebrazos recargados en las rodillas y la cabeza agachada y escuchando en su reproductor la canción “zona de promesas”. ¿Objetivo? ¿Cuál era el objetivo? Desconoce el origen de la raíz que lo impulso a tomar la decisión de alejarse de su vida y buscar reinventarse en otra distinta. Quizá que lleva un año como egresado, ha enviado al menos cincuenta currículums y sigue pasando las tardes ayudando a su madre en la tienda de abarrotes, o tal vez sea el querer despojarse del anhelo de la delgada mujer utilizando la distancia como medio. Piensa en sus viejos, cansados de trabajar, absorbidos por la monotonía del proceso donde han perdido toda esperanza de cambio. Ve a su pueblo caminando ensimismado, envuelto en su propio torbellino de problemas y con la desesperanza a flor de piel. Escucha la indicación de abordar, respira profundo, se levanta decidido, sabe que tiene la opción de cambiar su destino y el de sus semejantes. Sube al avión con una sonrisa en el rostro y con la convicción de pelear desde el otro lado de la trinchera, por su gente.
Todo esto será en vano, apenas llegando a la tierra desconocida la cual sería su nueva trinchera, notarán que sus papeles no están en debido orden y no corresponden con las especificaciones. La mañana siguiente será deportado, llegará a casa derrotado, escuchara ánimos de sus padres y hermanos, verá nuevamente a la delgada mujer y descubrirá que nada ha cambiado, todo fue y volverá a ser. Hizo algo mal, desafío al inminente e inevitable destino.

La mujer, aún con las manos sujetando las rejas de protección del puente peatonal, enciende un cigarrillo, da unas intensas fumadas, queda pensando en el destino del joven, ella decide desafiar al suyo, dejar atrás los reclamos de sus padres y escupirle en el rostro a su antiguo jefe que la despidió al enterarse de su embarazo. Apaga el cigarrillo en el piso, la gente que sube el puente la mira, con esos terribles ojos juzgadores, ella se toma el vientre de siete meses de gestación y baja lentamente las escaleras del puente peatonal. Ha decidido un nuevo panorama, una nueva tierra, donde ella y el nuevo ser, una niña, quien seguramente tendrá los mismos profundos y cautivadores ojos verdes de la madre, sean unas completas desconocidas, no tengan pasado, y en dónde su porvenir sea un total misterio.
Caminarán solas por éste nuevo sendero… están a punto de entrar en el juego del destino, sin pensar que el juego lleva ya tiempo de haber comenzado.

Por Irving Uribe Nares